De Napoléon a Uma Thurman: errores que no se maquillan
Un repaso a las prisas en la prensa, desde la Revolución Francesa a la "transformación" de la famosa actriz
El después y el antes de Uma Thurman Gtresonline
Domingo Marchena
Barcelona
LA VANGUARDIA
El caso Uma Thurman
ha destapado una vez más lo mejor y lo peor de la prensa internacional.
Numerosos diarios de todo el mundo hicieron cábalas sobre la
sorprendente transformación de la protagonista de Kill Bill. La
actriz lo atribuye todo a su maquillaje, aunque todavía son muchos
quienes creen que el bisturí también ha tenido algo que ver en el
espléndido aspecto que presenta esta mujer de 44 años. Maquillaje, bótox
o quirófano, lo único cierto es que las precipitaciones (y por
precipitaciones no nos referimos a la lluvia) no son cosa de ayer en los
periódicos.
Uno de los ejemplos más notables e hilarantes lo explica el historiador Alistair Horne en El tiempo de Napoleón (Debate) y tiene por protagonista a Le Moniteur Universel. Este periódico fue fundado el 24 de noviembre de 1789 en Francia por Charles Panckoucke. Su último ejemplar salió de las rotativas en junio de 1901. Fue, por este orden, el principal periódico durante la Revolución Francesa, el diario oficial del Consulado y del Gobierno, un órgano de propaganda del régimen napoleónico y un fiel partidario de la restauración borbónica. Y es de suponer que no aplaudió la llegada al Elíseo de Hollande por falta de tiempo.
He aquí los titulares que Le Moniteur publicó en febrero de 1815, tras la fuga de Napoleón de su primer destierro en la isla de Elba:
"El antropófago ha salido de su guarida".
"El ogro de Córcega ha desembarcado en el golfo Juan".
"El tigre ha llegado a Gap".
"El monstruo ha dormido en Grenoble".
"El tirano ha atravesado Lyon".
"El usurpador ha sido visto a 60 leguas de la capital".
"Napoleón estará mañana ante nuestros muros".
"El emperador ha llegado a Fontainebleau".
Y, así, hasta que por fin se publicó este: "Su Majestad Imperial y Real hizo ayer su entrada en el palacio de las Tullerías, en medio de sus fieles súbditos".Tras su definitiva derrota en Waterloo y su segundo y definitivo destierro en Santa Helena, Le Moniteur Universel volvió a ser un firme partidario de los Borbones.
Mucho más recientemente, cierto diario español publicó que Isabel de Inglaterra, aburrida por tanta pompa y boato, frunció el ceño durante la presentación de credenciales de nuevos embajadores en el Reino Unido. Quiso la fatalidad que alguien se equivocara de tecla y, donde debía ir una e, salió una o, con lo que se otorgó a su graciosa majestad la portentosa habilidad de fruncir su, digamos, "ceño". Eso, por no sacar a relucir el todavía más reciente desliz de una revista del corazón que, a propósito de los esponsales de una joven de la realeza, publicó un titular de esta guisa en portada: "Primeras fotos tras el anuncio de la boba". Pero también es cierto que los periódicos y revistas se redactan en una titánica lucha contra el reloj, sin ánimo de perdurar, salvo en las hemerotecas, que están repletas de errores iguales o peores.
Porque si hay un cóctel peligroso en la prensa son las ganas de dar la exclusiva, las prisas y las necrológicas. Geraldine Chaplin ha explicado que su padre vio en televisión la noticia de su propia muerte y que en su casa todos se horrorizaron, menos él, que estaba encantado de saber en vida lo que dirían de él una vez muerto. Lo mismo le ha pasado a otros directores de cine, actores y actrices. Se cuenta que el humorista Miguel Gila, hipocondríaco y temeroso de morir, veía su declive físico con mucha preocupación. Su hijo mayor, para tratar de animarlo, le decía ya casi al final de su vida: “No te preocupes, papá, que tú nos enterrarás a todos”. Y él respondía. “Dios te oiga, hijo mío”.
La prensa española –versiones digitales y radios- también enterraron antes de tiempo a Marcelino Camacho, el histórico dirigente de Comisiones Obreras, que desgraciadamente estaba ya tan grave que no pudo reírse del gazapo, como sí hizo Chaplin. Mucho peor fue el caso de Teresa Romero, la auxiliar sanitaria contagiada de ébola, felizmente curada, y a quienes algunos también dieron por muerta.
"George Soros, quien murió el (XXX) a la edad de (XXX), era un financiero e inversor depredador de gran éxito, que durante años paradójicamente argumentaba contra el mismo tipo de capitalismo de libre circulación que le proporcionó miles de millones". Así comenzaba una crónica de la agencia Reuters, que millones de lectores en todo el mundo pudieron leer durante media hora en su página web. El problema era que el financiero no había fallecido ni entonces ni ahora. Alguien por error colgó la necrológica que, a falta de la fecha definitiva y de la edad, la agencia había preparado sobre él. El magnate tiene en la actualidad 84 años y ningún deseo de morirse. La agencia enmendó el error en cuanto se dio cuenta y dijo que George Soros, a quien había enterrado, "se encuentra en un perfecto estado de salud".
No hay mejor forma de concluir esta crónica que con los versos de uno de estos resucitados ilustres, el propio Chaplin, que en uno de sus poemas dice:
Ya perdoné errores casi imperdonables.
Traté de sustituir personas insustituibles,
de olvidar personas inolvidables.
Hice cosas por impulso.
Me decepcionaron algunas personas,
Pero yo también decepcioné.
Uno de los ejemplos más notables e hilarantes lo explica el historiador Alistair Horne en El tiempo de Napoleón (Debate) y tiene por protagonista a Le Moniteur Universel. Este periódico fue fundado el 24 de noviembre de 1789 en Francia por Charles Panckoucke. Su último ejemplar salió de las rotativas en junio de 1901. Fue, por este orden, el principal periódico durante la Revolución Francesa, el diario oficial del Consulado y del Gobierno, un órgano de propaganda del régimen napoleónico y un fiel partidario de la restauración borbónica. Y es de suponer que no aplaudió la llegada al Elíseo de Hollande por falta de tiempo.
He aquí los titulares que Le Moniteur publicó en febrero de 1815, tras la fuga de Napoleón de su primer destierro en la isla de Elba:
"El antropófago ha salido de su guarida".
"El ogro de Córcega ha desembarcado en el golfo Juan".
"El tigre ha llegado a Gap".
"El monstruo ha dormido en Grenoble".
"El tirano ha atravesado Lyon".
"El usurpador ha sido visto a 60 leguas de la capital".
"Napoleón estará mañana ante nuestros muros".
"El emperador ha llegado a Fontainebleau".
Y, así, hasta que por fin se publicó este: "Su Majestad Imperial y Real hizo ayer su entrada en el palacio de las Tullerías, en medio de sus fieles súbditos".Tras su definitiva derrota en Waterloo y su segundo y definitivo destierro en Santa Helena, Le Moniteur Universel volvió a ser un firme partidario de los Borbones.
Mucho más recientemente, cierto diario español publicó que Isabel de Inglaterra, aburrida por tanta pompa y boato, frunció el ceño durante la presentación de credenciales de nuevos embajadores en el Reino Unido. Quiso la fatalidad que alguien se equivocara de tecla y, donde debía ir una e, salió una o, con lo que se otorgó a su graciosa majestad la portentosa habilidad de fruncir su, digamos, "ceño". Eso, por no sacar a relucir el todavía más reciente desliz de una revista del corazón que, a propósito de los esponsales de una joven de la realeza, publicó un titular de esta guisa en portada: "Primeras fotos tras el anuncio de la boba". Pero también es cierto que los periódicos y revistas se redactan en una titánica lucha contra el reloj, sin ánimo de perdurar, salvo en las hemerotecas, que están repletas de errores iguales o peores.
Porque si hay un cóctel peligroso en la prensa son las ganas de dar la exclusiva, las prisas y las necrológicas. Geraldine Chaplin ha explicado que su padre vio en televisión la noticia de su propia muerte y que en su casa todos se horrorizaron, menos él, que estaba encantado de saber en vida lo que dirían de él una vez muerto. Lo mismo le ha pasado a otros directores de cine, actores y actrices. Se cuenta que el humorista Miguel Gila, hipocondríaco y temeroso de morir, veía su declive físico con mucha preocupación. Su hijo mayor, para tratar de animarlo, le decía ya casi al final de su vida: “No te preocupes, papá, que tú nos enterrarás a todos”. Y él respondía. “Dios te oiga, hijo mío”.
La prensa española –versiones digitales y radios- también enterraron antes de tiempo a Marcelino Camacho, el histórico dirigente de Comisiones Obreras, que desgraciadamente estaba ya tan grave que no pudo reírse del gazapo, como sí hizo Chaplin. Mucho peor fue el caso de Teresa Romero, la auxiliar sanitaria contagiada de ébola, felizmente curada, y a quienes algunos también dieron por muerta.
"George Soros, quien murió el (XXX) a la edad de (XXX), era un financiero e inversor depredador de gran éxito, que durante años paradójicamente argumentaba contra el mismo tipo de capitalismo de libre circulación que le proporcionó miles de millones". Así comenzaba una crónica de la agencia Reuters, que millones de lectores en todo el mundo pudieron leer durante media hora en su página web. El problema era que el financiero no había fallecido ni entonces ni ahora. Alguien por error colgó la necrológica que, a falta de la fecha definitiva y de la edad, la agencia había preparado sobre él. El magnate tiene en la actualidad 84 años y ningún deseo de morirse. La agencia enmendó el error en cuanto se dio cuenta y dijo que George Soros, a quien había enterrado, "se encuentra en un perfecto estado de salud".
No hay mejor forma de concluir esta crónica que con los versos de uno de estos resucitados ilustres, el propio Chaplin, que en uno de sus poemas dice:
Ya perdoné errores casi imperdonables.
Traté de sustituir personas insustituibles,
de olvidar personas inolvidables.
Hice cosas por impulso.
Me decepcionaron algunas personas,
Pero yo también decepcioné.
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