El Guggenheim, ¿museo o edificio en el que colgar cuadros (excepto de artistas locales)?
La pinacoteca convertida en la ‘gallina de los huevos de oro’ de la transformación de Bilbao es una herramienta económico-industrial que permanece aislada a la cultura y creaciones de los artistas vascos.
“Como agente cultural de contexto, la labor del Guggenheim es prácticamente nula. Su aporte para mostrar el arte vasco hacia fuera, como el arte en general hacia la ciudadanía es muy escaso”, aseguran expertos culturales.
“Se debe mantener la alianza con la fundación neoyorquina pero con una mayor autonomía”, reclaman.
Laura Murillo Rubio
- Bilbao
A pesar de que la construcción de su imponente armazón levantara
ampollas en su día, hoy ya nadie duda del valor positivo en términos
económicos y turísticos del museo Guggenheim, convertido en el buque
insignia de la transformación del Bilbao industrial a la capital de
servicios actual. Sin embargo, esta ‘gran verdad reconocida por todos’
queda truncada si el análisis se ciñe exclusivamente al ámbito cultural.
Y es que la famosa pinacoteca, obra del reciente Premio Príncipe de
Asturias de las Artes, Frank Gehry, obedece al dictado las directrices
de la fundación y se olvida de los artistas de la tierra, puesto que su
contribución a poner en valor el arte local en el panorama internacional
resulta escasa.
“La relación con el contexto, con los artistas vascos, podríamos decir
que es testimonial, de mínimos, la obligada por contrato para poder
justificar la inversión institucional”, asegura Ricardo Antón, miembro
de ColaBoraBora y Kultura Abierta. Aunque se han visto acrecentados en
los últimos años, en su opinión, los programas con artistas jóvenes se
organizan como una forma de programar y ocupar espacios a bajo coste
“sin honorarios, producción, ni adecuada difusión”. En este sentido, la
mayor relación que el museo ha establecido con los creadores vascos ha
sido a través de convenios de prácticas con la UPV o contrataciones
externalizadas, lo que conlleva condiciones de inestabilidad laboral.
“Lo que buscan de los jóvenes vascos no es su capacidad de producir
arte, subjetividad o cultura; sino instrumentalizar su mano de obra
cualificada y barata, totalmente desarticulada como sujeto
político-laboral”, afirma Antón, cuya opinión comparte un catedrático
experto en políticas culturales, que prefiere mantener el anonimato por
sus relaciones con el ámbito cultural vasco. “El Guggenheim de Bilbao
tendría que tener establecido desde hace un montón de años algún tipo de
acuerdo para que, a través de la universidad pública, pudiera tener un
papel formativo de alta entidad. Necesita una actuación de más
enjundia”, señala el docente.
Con un presupuesto de 26.563.596 euros, el centro de exposiciones
bilbaíno vive, en su mayor parte, de la venta de entradas y también de
las subvenciones del Gobierno vasco y la Diputación de Bizkaia, que para
este año aumentó en 2 millones su aportación, pese a la pérdida de un 8
% de visitantes en 2013. Según el gabinete de comunicación de la propia
entidad, ese dinero se ha destinado a la programación expositiva. Unas
exposiciones que cuentan con la firma de reconocidos artistas
internacionales, pero en las que aun no se ha hecho hueco suficiente a
promesas locales. “Para responder a las críticas, en los últimos
tiempos, se han afanado en decir que sí existe una sustancial compra de
obras vascas que se puede comprobar en los listados; pero el problema
radica en que, exceptuando a Chillida, Oteiza y Cristina Iglesias, el
porcentaje de compra de autores vascos no suma lo que se gastaron en la
última pieza de Anish Kapoor”, explica el mismo docente. “No es lo mismo
que compren una obra de Moraza por 40.000 euros, que cualquiera de las
que adquieren que puede llegar a costar 500.000 o incluso 1 millón de
euros”, sostiene.
Estandarte turístico-económico
Atractivo de marcas o empresas transnacionales de prestigio,
arquitectos estrella, aumento de infraestructuras para ocio y turismo,
llegada masiva de cruceros…, como herramienta económica, el Guggenheim
solo ha generado beneficios en la ciudad, pero ¿hasta qué punto su
presencia ha sido capaz de estimular una economía cultural de entorno?
“Como agente cultural de contexto, la labor del Guggenheim es
prácticamente nula. Su aporte para mostrar el arte vasco hacia fuera,
como el arte en general hacia la ciudadanía es muy escaso”, cuenta Antón
sobre un síntoma que se ve en el propio organigrama del museo,
“totalmente escorado hacia la gestión, el marketing y la comunicación”.
Para el miembro de ColaBoraBora queda claro que el museo “no es una
infraestructura artístico-cultural, sino una maquinaria industrial,
económica y turística”.
Por su parte, los galeristas vascos también tacharon hace años como
“frívola” la política de compras de la pinacoteca. Varios abrieron
tiendas en las inmediaciones del museo, pero algunos no duraron ni un
año. “Con Guggenheim o sin él, los creadores vascos estarían en la misma
situación”, declara otro experto en políticas culturales que por su
vinculación con el museo solicita no ser mencionado. “Hay que reclamar
un mayor acceso a la cultura del entorno. Hacer una muestra al año de
creadores locales es como una gota en el océano. Se cubre la cuota
exigida, pero no hay un trabajo continuado”, recrimina. “Aquí lo único
que hacen es aceptar propuestas de la propia organización, por eso
tampoco se espera nada de un proyecto con sede en Nueva York, que compra
especialmente para complementar su propia colección”, dice Sol Panera,
propietaria de la histórica galería Aritza.
A las órdenes de la Fundación
El centro bilbaíno se ha convertido en la estrella de la red
internacional de la Fundación Solomon R. Guggenheim. Sin embargo, el
convenio, que vence este año y por el que se encuentran en
negociaciones, siempre ha mantenido al museo de la villa bajo los
mandatos neoyorquinos, lo que le llevó hace años a ganarse críticas como
que ‘el Guggenheim es una pared donde se cuelgan cuadros y no un centro
de tradición cultural en sentido estricto’.
“Mantienen una relación muy sumisa con los americanos. Obedecen todas
sus órdenes porque como tienen algo que genera grandes beneficios,
piensan que cualquier cosa que se cuestione amenazaría al americano con
irse, lo cual es absolutamente imposible porque no tienen ahora otro
sitio que les vaya mejor que Bilbao”, asegura el catedrático sobre el
momento actual que valora como “perfecto” para establecer una
negociación “en condiciones”.
Los propios expertos culturales reclaman un plan estratégico de
emancipación, que otorgue una mayor autonomía al centro bilbaíno. “Se
debe mantener la alianza con Nueva York, pero no a cualquier precio”,
recalcan. Para ello, abogan por incorporar a la colección más obra del
entorno puesto que el museo debe tener una mayor inserción en el
territorio. “El Guggenheim muchas veces ha vivido ajeno a la realidad y
es una institución que debe tratar con los agentes de la industria y las
fábricas de creación como Bilbao Arte o Arteleku”, sostienen. Sobre la
opacidad de la gestión tanto el docente como el profesional en políticas
culturales consultados por eldiarionorte.es,
aseguran que “se debe cerrar un modelo mucho más transparente e
implantar la figura de un claro director artístico, que ahora se diluye
en varias direcciones” puesto que Juan Antonio Vidarte opera como gestor
económico, “que es para lo que se le contrató”, señalan.
Hace ya 17 años de su inauguración, pero cuando las voces de su
construcción empezaron a sonar por la villa, entre los bilbaínos corrió
un viejo chiste en el que uno le decía a otro: “¿Sabes que hemos fichado
un tal Guggenheim que nos va a costar 30.000 millones de pesetas?
Entonces el compañero se encogía de hombros y contestaba: Bueno, si mete
goles…” Y así fue. El icono de la revitalización radical de Bilbao ha
metido goles económicos ‘por un tubo’ y, como ha metido goles, volvemos a
lo de siempre: ¿a quién le preocupa la cuestión cultural?
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